viernes, 25 de noviembre de 2011
MONTAÑISMO Y CONTAMINACIÓN
Hemos visto cientos de veces a compatriotas nuestros hollar las altas y sagradas cumbres de la cordillera del Himalaya, atravesando el vasto territorio tibetano y nepalí, cuajado de empobrecidas aldeas, con su colección de ropa de marca y arsenal tecnológico tras sus sueños de conquista; culminando su absurda hazaña sobre una cima con los brazos en alto y rodeados de publicidad de los patrocinadores del evento, en un ímprobo intento de alzar su ego si cabe, unos centímetros más, demostrando ante los ingenuos ojos occidentales pendientes de la t.v., la prepotencia y superioridad sobre la naturaleza, de estos aguerridos deportistas, subscriptores del record Guinness.
El enorme parque de atracciones en lo que hemos convertido nuestras montañas (circuitos para motos y coches, descenso de ríos, escalada, esquí, parapente, cinegética, etc), se nos queda pequeño y exigimos una ampliación que nos aporte nueva adrenalina, a ser posible más exótica y barata; miríadas de ávidos adeptos del riesgo controlado se disponen cada año a saquear el silencio de las altas cumbres del Himalaya, dejando a su paso un rastro de 5.000 toneladas de residuos como, equipos de escalada, alimentos, plásticos, latas de aluminio, botellas de oxigeno y cerveza, ropa, documentos, tiendas de campaña, antenas parabólicas, jeringuillas usadas y frascos de medicamentos. Su limpieza, difícilmente asimilable por la sencilla población de estas aldeas, la mayoría todavía sin luz eléctrica y por las cuales pasarán los dólares en manos de los turoperadores, los grandes beneficiarios de esta locura, sin desprenderse ni uno solo de sus ergonómicas mochilas; tan solo 20 céntimos de cada 3 euros llegan a las economías locales y solo los más fuertes transportando inhumanas cargas a sus espaldas, podrán dar el sustento necesario a sus familias durante el duro invierno.
En declaraciones de Sr. Edmund Hillary, el primero en pisar el Everest hace 50 años, y residente en Nepal, ” la montaña debería ser cerrada por algún tiempo”; la japonesa Junko Tabei, de 66 años, la primera mujer en alcanzar la cumbre, dijo: “El Everest está demasiado concurrido. Necesita un descanso. Sólo dos o tres equipos deberían ser admitidos cada temporada, y los viajes turísticos al campamento base deberían prohibirse totalmente. A lo largo del sendero al campamento base del Monte Everest, en Nepal, la deforestación está empeorando al talar árboles la población local para calentar las comidas y proporcionar duchas de agua caliente a los extranjeros. El entorno local está en peligro y la dignidad de la montaña está siendo socavada”.
En los próximos meses, durante el pico de la temporada turística, en la parte baja del valle de Katmandú habrá no menos de 700.000 personas. Entre 20.000 y 40.000 de estas personas intentaran, de una manera u otra, ascender las montañas del Himalaya. No hay ninguna infraestructura en la región para hacer frente a la contaminación que generan esta cantidad de personas, y como resultado el Himalaya nepalés se ha convertido en el mayor basurero del mundo.
¿Cerrar el Everest?, la lógica dice que sí, pero no se hará nunca. Entre otras razones, porque Nepal no se puede permitir ese lujo. El control y la sostenibilidad en ese remoto lugar deberíamos imponérnoslo nosotros mismos desde aquí, pero tampoco lo haremos, nos gusta demasiado ir de cómodos aventureros y nuestro parque temático para adultos irresponsables, parece que seguirá abierto por mucho tiempo a nuestras descabellados sueños de ricos occidentales.
Como testimonio del intercambio de la cultura de aquellas montañas en nuestras tierras y apostando por un trasvase de ideología y comportamiento de aquella cultura, izamos su bandera en una de nuestras modestas cumbres de la Comunidad Valenciana, hermanando dos lugares, no tan lejanos, de este planeta sin fronteras
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