VARANASI (BENARES)
Desde la ventanilla del tren veo el campo poblado de arterias de vida, agua por todas partes, ríos, charcas, pantanos. En el horizonte un césped de huertas circundadas por numerosos grupos de árboles que sirven de reunión en la bendita sombra que protege del ardiente sol. Árboles. Ha veces uno de ellos yace tumbado en medio del campo. Como un gran hombre en su mausoleo sigue entregando lo mejor de sí, a los búfalos o a los hombres. Y aún arrancados no están muertos. Han trasmutado su vieja forma, dejan de conectar cielo con tierra y se entregan a la horizontalidad, como budas recostados en el descanso merecido de los siglos que vendrán.
India campestre con los ojos de Buda. Sin más necesidad que lo imprescindible. Una hermosa choza de barro pulido y techo vegetal. Unos bueyes en su arado o rumiando en espaciosos cuencos a la puerta del hogar. Las vacas en reunión, algunas al sol, otras como los hombres bajo la sombra. India se alimenta por los ojos de la aceptación.
Acepta! Fue el mantran que se me regalo. Entre por Birjan rechazando y salgo de Mahabodhi entendiendo solo un poco de este misterioso ombligo de vida, dónde apenas hay que alimentar la materia para dejar que en el extremo el palpito de otra realidad pida su alimento con fuerza. Aquí dejan de pedirte comida las tripas, aunque un mes es poco para entender, extender el sari de tus pensamientos y dejar que el sol y los vientos lo dejen dorado como el arroz maduro que es espejo solar.
Cada aldea, su estupa. Aunque solo sean seis cabañas, ellos recuerdan los 13 peldaños que les conducen a la Liberación. Tal vez esas reuniones bajo el árbol de la extensa llanura sean encuentros, meditaciones públicas que dispersen a los vientos los detalles de quien se liberó de los deseos... sin cambiarlos por ninguno.
Comemos en el tren ensalada de garbanzos germinados, sabor que estalla limpiando coanas, cebolla, guindilla verde, perejil. Sonidos... olores. Desde el infierno de las poblaciones atestadas de petróleo, polvo y humanidad sudada, al perfume inundado de pájaros, “almizcle indio” de Masala dosa, hecho materia prima, originario en los cultivos, especias, tierras vivas pariendo mas que alimento... A las estaciones de bus y sus orines, con sus cerdos hozando entre el estiércol y los plásticos que les hemos “regalado”, contaminando apenas su belleza indestructible.
Claro que hay miseria también en las aldeas y belleza en los hacinamientos, es imposible separarlos. ¿Cómo romper, diseccionar al niño que se baña feliz en los pantanos junto a los bueyes, con las tortas secándose al sol de las heces vacunas...? La unidad contiene la totalidad. La diversidad es un Todo infinito en sus manifestaciones. Más allá de la confusa mente que no logra integrar y solo puede intentar desmembrar este paraíso original. La India es una polvareda de la que no puedes menos que dejarte impregnar, lo que quieres y no quieres deja de interesar. Aceptación al principio o al final. Tu rechazo es el mismo que te impide respirar y lo pierdes, se te cae; o no te deja caminar los 13 peldaños de la Vacuidad...
Tortas de vaca sobre raíles de tren, secándose. O en las paredes de barro, en los muros del jardín, viajando privilegiadas en los canastos de las princesas del sari campestre.
Mujeres indias. Impolutas en su belleza, liberadas de la comodidad, navegando en la ofrenda perpetua de su belleza, dignificadas por una prenda-poema en su extrema delicadeza y dificultad. Vestirlo es más que arte, es el color inundando la mirada: rojos, rosa, violeta, azules sin fin. Cada mujer eleva su vibración cromática a la quintaesencia de la misma mariposa multicolor, del pájaro que se traslada por el cielo de la vida; con pies de princesa, enjoyados entre el polvo, para mayor gloria y belleza. Entre el verdor siempre la mujer es flor, encaje, color. Este es el viaje de la Unidad que se abre a la diversidad infinita.
Desde la ventanilla del tren veo el campo poblado de arterias de vida, agua por todas partes, ríos, charcas, pantanos. En el horizonte un césped de huertas circundadas por numerosos grupos de árboles que sirven de reunión en la bendita sombra que protege del ardiente sol. Árboles. Ha veces uno de ellos yace tumbado en medio del campo. Como un gran hombre en su mausoleo sigue entregando lo mejor de sí, a los búfalos o a los hombres. Y aún arrancados no están muertos. Han trasmutado su vieja forma, dejan de conectar cielo con tierra y se entregan a la horizontalidad, como budas recostados en el descanso merecido de los siglos que vendrán.
India campestre con los ojos de Buda. Sin más necesidad que lo imprescindible. Una hermosa choza de barro pulido y techo vegetal. Unos bueyes en su arado o rumiando en espaciosos cuencos a la puerta del hogar. Las vacas en reunión, algunas al sol, otras como los hombres bajo la sombra. India se alimenta por los ojos de la aceptación.
Acepta! Fue el mantran que se me regalo. Entre por Birjan rechazando y salgo de Mahabodhi entendiendo solo un poco de este misterioso ombligo de vida, dónde apenas hay que alimentar la materia para dejar que en el extremo el palpito de otra realidad pida su alimento con fuerza. Aquí dejan de pedirte comida las tripas, aunque un mes es poco para entender, extender el sari de tus pensamientos y dejar que el sol y los vientos lo dejen dorado como el arroz maduro que es espejo solar.
Cada aldea, su estupa. Aunque solo sean seis cabañas, ellos recuerdan los 13 peldaños que les conducen a la Liberación. Tal vez esas reuniones bajo el árbol de la extensa llanura sean encuentros, meditaciones públicas que dispersen a los vientos los detalles de quien se liberó de los deseos... sin cambiarlos por ninguno.
Comemos en el tren ensalada de garbanzos germinados, sabor que estalla limpiando coanas, cebolla, guindilla verde, perejil. Sonidos... olores. Desde el infierno de las poblaciones atestadas de petróleo, polvo y humanidad sudada, al perfume inundado de pájaros, “almizcle indio” de Masala dosa, hecho materia prima, originario en los cultivos, especias, tierras vivas pariendo mas que alimento... A las estaciones de bus y sus orines, con sus cerdos hozando entre el estiércol y los plásticos que les hemos “regalado”, contaminando apenas su belleza indestructible.
Claro que hay miseria también en las aldeas y belleza en los hacinamientos, es imposible separarlos. ¿Cómo romper, diseccionar al niño que se baña feliz en los pantanos junto a los bueyes, con las tortas secándose al sol de las heces vacunas...? La unidad contiene la totalidad. La diversidad es un Todo infinito en sus manifestaciones. Más allá de la confusa mente que no logra integrar y solo puede intentar desmembrar este paraíso original. La India es una polvareda de la que no puedes menos que dejarte impregnar, lo que quieres y no quieres deja de interesar. Aceptación al principio o al final. Tu rechazo es el mismo que te impide respirar y lo pierdes, se te cae; o no te deja caminar los 13 peldaños de la Vacuidad...
Tortas de vaca sobre raíles de tren, secándose. O en las paredes de barro, en los muros del jardín, viajando privilegiadas en los canastos de las princesas del sari campestre.
Mujeres indias. Impolutas en su belleza, liberadas de la comodidad, navegando en la ofrenda perpetua de su belleza, dignificadas por una prenda-poema en su extrema delicadeza y dificultad. Vestirlo es más que arte, es el color inundando la mirada: rojos, rosa, violeta, azules sin fin. Cada mujer eleva su vibración cromática a la quintaesencia de la misma mariposa multicolor, del pájaro que se traslada por el cielo de la vida; con pies de princesa, enjoyados entre el polvo, para mayor gloria y belleza. Entre el verdor siempre la mujer es flor, encaje, color. Este es el viaje de la Unidad que se abre a la diversidad infinita.
Texto y Foto: Carmen Andres de Miguel
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