jueves, 27 de enero de 2011

EL VIAJE DE LA VIDA


Emprendo el viaje con un amigo que ama la bruma de las montañas... Tenemos cuidado de lo que mendigamos: pedimos arroz y no vino, verduras y no carne. El tono de nuestro reclamo es humilde, no trágico. Si alguien nos da, le dejamos; y si no nos da, le dejamos también. Si nos hacen una grosería, la aceptamos con una reverencia... Viajamos sin destino y nos detenemos donde nos encontramos, y marchamos muy lentamente.
Cuando llegamos a las montañas y arroyos, y nos encantan los manantiales y las blancas peñas y las aves acuáticas y los pájaros de la montaña, escogemos un lugar en una isleta del río, nos sentamos en una roca y miramos a lo lejos. Y cuando nos encontramos con leñadores o pescadores o venerables ancianos, no les preguntamos nombres y apellidos, ni damos los nuestros, ni hablamos del tiempo, sino que conversamos brevemente de los encantos de la vida natural. Al cabo de un rato nos separamos de ellos sin pesares.
En el camino nos hacemos a un lado y dejamos que pasen los demás, y al cruzar un río dejamos que pasen los otros y suban primero a la barca. Pero si hay tormenta no tratamos de cruzar el agua, o si aparece la tormenta cuando estamos en mitad de la travesía, calmamos nuestro espíritu, y lo dejamos todo al destino diciendo: "Si nos ahogamos cuando cruzamos, es la voluntad del cielo. ¿Nos salvaremos acaso si nos preocupamos? Si no nos salvamos, allí terminará el viaje. Pero si por fortuna nos salvamos, seguimos como antes.
Si en el camino encontramos a algún joven pendenciero y tropezamos accidentalmente con él, y si el joven es grosero, le pedimos disculpas cortésmente. Si después de las disputas no podemos salvarnos de una pelea, allí terminará el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes.
Si uno de nosotros cae enfermo, nos detenemos a atender su mal, y el otro trata de mendigar un poco para comprar remedios, pero el enfermo lo toma con calma. Mira hacia su interior y no teme a la muerte... Si está decidido que estén contados nuestros días, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes.
Es natural que durante nuestras andanzas podamos despertar la sospecha de policías o guardias y que se nos arreste como espías. Tratamos de escapar entonces, sea por astucia o por sinceridad. Y si no podemos escapar, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes.
Procuramos pasar la noche en una choza con techo de estera o una casucha de piedras, pero si nos es imposible encontrar un lugar así, nos detenemos por esa noche junto a la puerta de un templo, o dentro de una caverna de roca, o junto a la pared de una casa o bajo los árboles. Quizá nos miren los espíritus de la montaña y los tigres o los lobos, y ¿qué podemos hacer? Los espíritus de la montaña no pueden hacernos daño, pero somos incapaces de defendernos contra tigres o lobos. Pero, ¿no tenemos un destino dirigido desde el cielo? Lo dejamos todo, pues, a las leyes del universo, y no mudamos siquiera el color de la cara. Si nos comen, tal es nuestro destino y allí termina el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes.

Mingliao-Tsé. Siglo XVI